Esto último no es una imagen literaria; era la realidad literal: Los más jóvenes y, por lo mismo, más audaces y menos dotados económicamente, se colgaban de donde pillaban en el exterior de los vagones; alguno, por la parte trasera del segundo vagón para no quitarle visión al conductor, el tranviario, se encaramaba hasta el techo. Volveré sobre este apasionante episodio histórico entre los tranvías y la amplia mayoría social (allí no tenía coche casi nadie decente).
A las puertas del edificio, con varios montoncitos de periódicos en el suelo, un hombre ya mayor -todos lo eran cuando tienes 7 u 8 años-, voceaba en forma muy rítmica, armónica, audible, el extraño título de estas líneas: Sieroooo… la prensa. Arrastraba mucho la o y cerraba con un seco y enérgico “la prensa”. Ofrecía con su rítmica proclama los dos periódicos vespertinos de aquella Barcelona: “El noticiero universal”, el siero en la jerga popular, y “La prensa”. El primero era privado, sufría el franquismo como todo quisqui, pero no era un instrumento de la dictadura. El segundo era un vocero del franquismo sin más. Había también periódicos matutinos. Recuerdo la “Vanguardia española”, del Conde de Godó, monárquico y liberal, pero el franquismo la obligaba a joderse y a no ejercer de lo uno ni de lo otro. Estaba el “Diario de Barcelona”, no me acuerdo mucho de qué iba.
Y recuerdo bien la “Solidaridad nacional”, la soli, franquismo-falangismo grosero, mal escrito y peor editado. La soli tenía una particularidad muy simbólica: se editaba en los talleres y rotativa de la “Solidaridad Obrera”, el órgano oficial de la potente central anarquista CNT, que fueron confiscadas por los auto-llamados “nacionales” cuando entraron en Barcelona en Enero de 1939, y una de las primeras cosas que hicieron, aparte de detener y fusilar a quienes no les dio tiempo a huir, fue robar o destruir todos los bienes de las organizaciones obreras y populares republicanas. No había estallado la paz, como ellos proclamaban cínicamente; había estallado la victoria que suponía terror, represión, oprobio para los vencidos, depuraciones, muerte … como ellos practicaban en forma implacable.
Las clases obreras y populares no compraban periódicos en general, no había con qué y había otras prioridades vitales por cubrir. Se ojeaba en el bar o en la barbería o se recogía de alguna papelera sin importar la fecha, para qué, la dictadura imponía que en aquella España no había más que cosas buenas y forzosamente las recogían todos los periódicos y emisoras de radio. Esta regla no regía con la “Vanguardia española”. La gente humilde, el tendero, la mercería, el bar, el estanco del barrio, hacían un esfuerzo y la compraban de vez en cuando .
La razón era muy pragmática; la “Vanguardia” traía una cantidad enorme de papel, multiplicaba por diez la de cualquier otro periódico, y eso era una bendición para envolverlo todo, ya fueran bocadillos, verduras, papas, el poco pescado que se consumía, forrar por dentro a los chiquillos para aliviarles el frío, recortar cuadraditos que, colgados de un gancho ad hoc, servían como papel higiénico en los retretes de las casas o los bares que tenían retrete, claro. El Conde de Godó presumía de que la “Vanguardia” era el periódico de las clases populares. Pero no detallaba por qué el muy jodido.
Con la perspectiva de hoy resulta casi ridículo aquel celo y esfuerzo por unos céntimos de peseta. Pero no olviden que los primeros movimientos de masas contra la dictadura franquista fueron en Barcelona, en las huelgas de tranvías del 51 y el 55. El detonante fue un aumento del precio del billete en 5 o 10 céntimos.
Y la gente iba andando a su trabajo, y a quien se le ocurría subirse a un tranvía le echaban pintura, y las huelgas se ganaron y provocaron que la dictadura destituyera algún gobernador civil -inaudito para la época- y a otros burócratas de alto rango.
Para mí la huelga del 55 -en la del 51 aún vivía en Bacares- va asociada a:
1) el beso de despedida de mi padre y el de mi madre, siendo madrugada cerrada, porque salían con horas de antelación para llegar a pié al trabajo,
2) el cuchicheo de la noche, ya de vuelta,
sobre las incidencias del día: los tranvías vacíos, algún infeliz lleno de pintura, los estudiantes diciéndole a la gente obrera más despistada las razones de la huelga y el seguimiento mayoritario y sacrificado de la misma, y los policías custodiando los tranvías en las líneas más sensibles o corriendo a palos detrás de los obreros y estudiantes más activos … Este artículo no tiene moraleja -normalmente los míos no la tienen- pero les digo que, o paramos y erradicamos esta barbarie fascista ascendente, o hay serios riesgos de que nos devuelvan a aquella tristeza, a aquel miedo, a aquel sinvivir de hace dos tercios de siglo.
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