Era una mujer guapa, tan guapa que no podía serlo más. Como lo era tanto, se miraba en cualquier espejo que viera, segundo sí, segundo, también. En su casa, por cada rincón, había un espejo. En su bolso, tenía un neceser, con espejos, de diferentes tamaños y formas. Tal era su obsesión que era incapaz de ir más allá de su reflejo, no le interesaban las personas más allá de su valoración positiva que hacían de ella.
Su mejor amiga le decía, en broma: ¡Un día acabarás al otro lado del espejo! Pero, no le hacía mucho caso.
Un sábado, decidió ir a buscar otro espejo porque uno de cientos se le había roto. Antes de llegar al centro comercial, vio uno en un escaparate de una tienda de antigüedades y decidió entrar. Lo primero que vio era una mujer siniestra delante del espejo, del cual se enamoró. La mujer, viendo las intenciones de comprarlo de la chica, le dijo que, lo sentía mucho pero, no estaba en venta. Sin hacerle demasiado caso, cuando la mujer no miraba...cogió el espejo y se fue corriendo.
Y así fue, sin saber cómo, a la mañana siguiente, se miró tanto, se acercó tanto ese objeto, que el espejo, la engulló. Gritó auxilio pero, solo se la escuchaba a ella. Ahora es y, sería siempre, un reflejo.
Moraleja: el amor e interés dirigido, exclusivamente, hacia uno mismo, nos aísla del mundo. La persona humilde, como no suele envidiar a los demás, no toma decisiones arriesgadas para alimentar su ego o tratar de destacar sobre los demás. Por ejemplo, relacionándolo trastornos psicopatológicos, las personas anoréxicas, quienes suelen tener rasgos muy perfeccionistas, sienten una gran presión social que las empuja a tratar de alcanzar los imposibles cánones de belleza actuales. Esto se traduce en toda la problemática relacionada con los trastornos de conducta alimentaria
Elisabet Aguiló
Psicóloga
Coach especialista en nutrición y salud
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