Érase una vez una pequeña pingüina, lo de pequeña, es por la constitución (pues era una pequeña pingüina azul de 40 cm y peso 1 kg). Ya tenía una edad. Esta estaba un poco depre pues, no tenía pareja.
Cada año, por la fiesta del emparejamiento, dónde se podía comer y bailar hasta reventar, los pingüinos daban una piedra a la pingüina que les gustaba, eso significaba entregar su corazón. A pesar de que no le faltaban pretendientes a esta pingüina, ningún pingüino le había ofrecido, anteriormente, ninguna piedra.
Llegó la esperada fecha. Hacía tiempo que le gustaba un pingüino emperador (medía 120 cm de alto y pesaba 45 kg), el más grande de todos los pingüinos. Tenía muchas ganas que le entregara la piedra pero, en lugar de eso, este le entregó a otra pingüina, mucho más joven que ella. Su tristeza fue tal que su tono azul, se volvió verde. Cogió una piedra del suelo y, sin pensarlo mucho, se la comió.
Días después, reflexionó, era absurdo que su felicidad dependiera de una piedra, así que decidió no darle más importancia a esa fecha y empezar todo lo que a ella le satisfacía, siendo feliz consigo misma. Sin quererlo, se volvió la pingüina más interesante del lugar, pues siendo feliz con sus cosas, había encontrado su, verdadera, esencia y alegría.
Como otros años, volvió la, ya no, tan esperada fecha. El pingüino emperador ya se había cansado de la pingüina joven y al ver lo interesante que se había vuelto la pequeña pingüina, no se pudo resistir: le quito la piedra a la otra y se la dio, sin ningún tipo de encanto a la pequeña pingüina: ¡Toma! Creyendo, el muy ingenuo, que no se podría resistir a este, encantador, detalle. La pequeña pingüina miró con aire burlón la piedra, la cogió, la tiró contra el suelo y la rompió en mil pedazos. Le dijo: no me hace falta ninguna piedra, mi piedra me la comí.
Moraleja: cuando solo nos importa el éxito, el refuerzo externo y no conectamos con nuestras emociones, nos hacemos vulnerables a los demás y son los demás los que tienen un poder sobre nosotros. Cuando solo nos importa escuchar la voz de los demás y no nuestra propia voz, dejamos al margen nuestros deseos e intereses y perdemos nuestra esencia.
Y colorín colorado...
Elisabet Aguiló
Psicóloga
Coach especialista en nutrición y salud
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